La guerra de los libros


Por primera vez después de 126 años, Chile está dispuesto a devolverle a Perú los miles de libros que soldados chilenos se robaron de la Biblioteca de Lima durante la Guerra del Pacífico. Aunque originalmente se suponía que había 10 mil ejemplares, lo cierto es que hoy no pasan de cuatro mil: muchos se perdieron antes de llegar a Santiago, otros desaparecieron misteriosamente y algunos incluso fueron comercializados en librerías de viejos.

En la Biblioteca Nacional de Lima no tienen espacio para recibir tanto libro de vuelta. Aunque la esperanza peruana por recuperar miles de los ejemplares robados por las tropas chilenas durante la Guerra del Pacífico jamás había muerto, el anuncio los pillaba por sorpresa: Chile devolvería el botín. Lo prometió la propia directora de la Dirección de Bibliotecas, Archivos y Museos (Dibam), Nivia Palma, la semana pasada. Incluso con un guiño simbólico, porque en el primer envío irían tres tomos de la Enciclopedia del Siglo XVIII de Diderot y D'Alembert, 17 volúmenes de la colección "Viajes extraordinarios" y el original de la Historia del Perú escrito en 1617 por el puño del Inca Garcilaso de la Vega.

Pero en Perú aún no saben cómo van a acomodar tantos ejemplares. Desde su asiento de director de la biblioteca limeña, Hugo Neira se lo toma con humor: "¿Dónde diablos voy a meter estos libros?", dice, aún impresionado porque en esta historia de los libros perdidos durante 126 años parece estar escribiéndose el capítulo final.

Fue el mismo Neira quien ayudó al desenlace. Lo vislumbró cuando supo que Perú era el país invitado de honor a la Feria del Libro de Santiago, realizada en octubre pasado. Entonces, se contactó con la Cámara del Libro de su país para que financiaran su viaje a Chile. Una vez acá aprovechó el primer apretón de manos con la directora de la Biblioteca Nacional, Ximena Cruzat, para desempolvar el viejo anhelo peruano. Los primeros pasos del acuerdo, que debía partir con un catastro de los ejemplares guardados, alertaron a la prensa limeña. Allá le exigieron plazos, saber cuántos textos se devolverían y en qué estado se mantenían. "Tuve que cambiar de hotel y, al regresar a Lima, pasar dos semanas encerrado en mi casa para bajar la presión", recuerda.

La intelectualidad peruana reaccionó como si fuera una fiesta. Incluso, a Ollanta Humala se le escapó una frase -"es un tremendo gesto"- con la que reconocía el logro. Sin embargo, después de la pirotecnia de la noticia, Neira comparte la cautela de la mayoría de los historiadores chilenos. Coinciden en que sería insensato pensar que aún sobreviven los diez mil ejemplares registrados por primera y única vez en 1881 por Ignacio Domeyko. El realismo de Neira incluso habla de apenas "cientos" de volúmenes. Pero el número no le importa: "Lo que llegue va a ser una joya bibliográfica" .

En todos estos años, los informes sobre el paradero de los volúmenes son tan escasos como lapidarios. Un estudio publicado en 2001 por la bibliotecóloga peruana Sonia Gamboa menciona que una noche de enero de 1881 un grupo de capellanes chilenos convenció al entonces director de la biblioteca limeña, Manuel de Odriosola, para que les mostrara los estantes con los libros más valiosos. A los pocos días, un batallón a cargo del coronel chileno Pedro Lagos ingresó a la fuerza para cumplir con la orden de llevarse lo que encontraran a su paso. En 103 cajas repartieron prácticamente todo. Miles de ejemplares los vendieron en los mercados a seis centavos cada uno, y otros -según consigna el registro de Domeyko- terminaron sus días incluso como envoltorio de pescados. Dos años más tarde, cuando Ricardo Palma fue designado para reconstruir el edificio, se encontró con el descalabro: de los 56 mil volúmenes que habían convertido a esa biblioteca en la mejor de Latinoamérica quedaban 738.

El queso y el ratón

Para los historiadores no es cuento nuevo. Incluso tienen un refrán. "No hay biblioteca que no se haya armado sin robos". La frase sirve para explicar el dramatismo del catastro no confirmado por la Dibam. Los peruanos no se van a tener que preocupar tanto del espacio, porque según fuentes de la Cancillería son menos de cuatro mil los libros repartidos por diversas dependencias, tanto públicas como privadas.

Si en un comienzo los ejemplares se perdieron en los mercados e incluso fueron usados como medio de pago en los alojamientos de las tropas chilenas durante la guerra, el grueso de los robos sucedió en las aduanas. De hecho, en una carta del entonces presidente Domingo Santa María, enviada al peruano Ricardo Palma en marzo de 1884, se reconoce este hecho, por lo que miles de volúmenes saqueados se extraviaron antes de llegar a Santiago.

Curiosamente, como reconocen muchos historiadores, este tema nunca les ha quitado el sueño. "No es un asunto que se discuta -dice Claudio Rolle, doctor en Historia y profesor de la Universidad Católica-, aunque a mí me preocupa la tendencia a la inercia y a ocultar lo evidente que es que esto no forma parte de un botín, literalmente hablando".

Ni siquiera para los especialistas ha sido fácil dar con el paradero de estos textos. Y cuando los encuentran, tampoco es sencillo utilizarlos. El propio Rolle lo vivió en carne propia. En 1989, mientras preparaba una presentación sobre el bicentenario de la Revolución Francesa, el historiador solicitó a la biblioteca uno de los tomos de la Enciclopedia de Diderot y D'Alembert. "Me dijeron que lo podía usar, pero que tuviera cuidado en no mostrar el sello que identificaba al libro como perteneciente a la Biblioteca de Lima", dice.

Esos timbres de cera, eso sí, no han sido impedimento para que algunos ejemplares hayan perdido el rastro en manos de libreros. Uno de ellos, que trabaja en San Diego, reconoce que hace unos años tuvo en sus manos unos mapas peruanos con el encerado sello de esa biblioteca. "El hijo de uno de mis principales clientes me lo trajo para que lo vendiera. Se lo habían regalado, pero le daba lo mismo. Sabía que era valioso, así que quería ganar plata. A los meses lo contacté con un coleccionista" .

En el circuito literario, nadie se escandaliza por lo que aseguran es una práctica conocida. Sin embargo, aunque no se atreven a dar nombres ni fechas, algunos afirman que conocen a fetichistas que tienen ejemplares limeños en sus bibliotecas junto a la chimenea.
La trama de esta historia es compleja. Y confusa. Se supone que la principal partida de estos libros se encuentra en la Sala Medina de la Biblioteca Nacional, formada por la colección privada de José Toribio Medina y robustecida con parte de las obras usurpadas a los peruanos. Pero el dato cae en una nebulosa. El propio director de la sala, el también historiador Rafael Sagredo, asegura que no sabe si en esos estantes figuran los mencionados libros. "No sé si están ahí o no y si están no sé cuántos son. Para mis investigaciones nunca he necesitado uno de esos libros, así que no podría saber su paradero. Esto no ha sido un tema hasta ahora".

Sin embargo, es un hecho que el catastro anunciado por Nivia Palma incluyó a esa sala. Para Sagredo, es normal que los catalogadores entren y trabajen sin que sea necesaria su autorización.

Es aquí cuando entra en escena Alfredo Jocelyn-Holt. Históricamente, las bibliotecas dan de baja muchos libros, ya sea por mal estado o porque no han sido catalogados. "Todo acceso a la Sala Medina -dice el historiador- se hace a través de un catálogo, pero tengo serias dudas de que todo esté registrado. Lo grave en todo esto es que uno de los fondos bibliográficos más valiosos no constituya una biblioteca sino un depósito de libros. Incluso en los almacenes hay un inventario. Y eso es lo grave porque da pábulo para que los libros desaparezcan" .

E incluso lanza una advertencia: "A veces se confía el queso al ratón".

El Louvre vacío

Ningún historiador ha sido capaz de comprobar si el catastro elaborado por Domeyko hace 125 años se mantiene. Aunque el entonces rector de la Universidad de Chile advertía que ya en ese tiempo se había perdido en el camino "la mitad de los libros que, de acuerdo a informes fidedignos, poseía la ciudad de Lima", en su informe consigna títulos de mediados del siglo XVI, como los 151 tomos de la biblioteca clásica latina y varios incunables.

Sin embargo, y aunque insiste en su desconocimiento, Rafael Sagredo afirma que muchas de las obras robadas ya se habían publicado en Chile, por lo que duda que hayan influido en el desarrollo intelectual de Chile. En eso coincide Rolle: "El valor de estos libros está dado desde el punto de vista estético. Son textos vistosos que nunca fueron usados particularmente, pero no son trabajos que hayan cambiado la máquina de la investigación en Chile, ni mucho menos, aunque sí han estado subutilizados" .

En palabras de un librero, son textos que encandilan más por lo estético que por la temática. Quizás por eso, los volúmenes que se han salvado de un nuevo saqueo son los de mayor tamaño. La mencionada enciclopedia de Diderot sobrevive en parte porque es imposible ocultarla. "Y además nadie va a comprar un solo tomo de los 35 que la componen, no tiene sentido", dice un librero del centro. Según él -y en esto coinciden varios historiadores- en las bóvedas de la Biblioteca deberían descansar mapas, manuscritos de la Alta Colonia, textos de historia, uno de los tres archivos de Indias encontrados y un valioso material de los jesuitas.

Con eso ya le basta a Hugo Neira, aunque desde Lima asegura que todavía deben estar guardadas otras piezas de la colección, como instrumentos de medición astronómica y manuscritos de la Universidad de San Marcos. "El principal valor es intrínseco -concluye-, pero además hay un tremendo acierto político detrás de la decisión chilena. Nosotros no esperábamos nada antes de Navidad. Los peruanos están encantados con esto, porque hay pocos casos en el mundo en que se devuelvan este tipo de cosas. ¿Se imagina al Louvre regresando lo que ha tomado? Se quedaría vacío".

Fuente: Revista Qué Pasa

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