La cultura resfriada: el impacto de la pandemia de la Gripe española de 1918 sobre la cultura y sociedad occidental

Por James Medina

Enfermera con mascarilla de gasa durante la pandemia de la Gripe de 1918. Imagen: Biblioteca Nacional de Medicina de EEUU a través de The New York Times

Hace poco más de 100 años ocurrió una pandemia con características similares en contagio y letalidad al actual Covid-19. Un subtipo de la Influenza A H1N1, la misma que rebrotó en 2009 (la mal llamada Gripe Porcina), apareció súbitamente en el último año de la Gran Guerra del 14-18 (la Primera Guerra Mundial), matando mayormente adultos jóvenes presuntamente por las condiciones de hacinamiento y despliegue de las tropas de combate. Las autoridades militares ocultaron sistemáticamente la noticia de la enfermedad y su contagio se extendió por toda Europa a través de los territorios comprometidos en la conflagración hasta llegar a España, país neutral, donde la información no tuvo censura y se dio a conocer al mundo a través de sus diarios, razón por la cual se dio a conocer como Gripe española. Y aunque la enfermedad no empezó en España, el país sí sufrió bastante, entonces en todo el mundo creyó que provino desde ahí. Esta información errónea fue aprovechada por los propagandistas de las naciones en guerra para mantenerlas con ánimo positivo aun sabiendo que la enfermedad no se había originado en la península ibérica, incluso los alemanes la denominaban Gripe de Flandes o “Blitzkatarrh”, pero el nombre de Gripe española quedó atribuido hasta nuestros días.


Autorretrato de Edvard Munch enfermo de la gripe española, una de las pocas manifestaciones culturales sobre la Pandemia. Aquí aparece sentado en una silleta de mimbre delante de su cama sin hacer. Imagen: BBC de dominio público.

Obviamente, los españoles no estaban nada de acuerdo con el nombre con que se bautizó la enfermedad y, sin pruebas, acusaron a los franceses de introducirla por los Pirineos, así que buscaron una etiqueta diferente encontrando inspiración en una opereta llevada a cabo en el Teatro Zarzuela de la capital, una reelaboración muy popular del mito de Don Juan, con una melodía pegadiza llamada “El soldado de Nápoles”. La enfermedad se conoció en España como el Soldado de Nápoles, la Fiebre de tres días o La enfermedad de moda, sobrenombres que incrementaron la percepción de su origen hispano.

Diarios españoles dando cuenta de la epidemia. Imagen: Biblioteca Nacional de España

No sorprende que haya habido escasa divulgación de este acontecimiento, lo que contribuyó a que se haya casi olvidado en la mayoría de países donde se propagó, toda vez que mucha de la consternación mundial gravitaba en los ya cuatro años de guerra que opacaban la emergencia sanitaria y al mismo tiempo desgastaron las defensas psicológicas al revelarse también cuán mal preparados y equipados estaban los hombres de ciencia. Culturalmente, muchas personas llegaron a creer que la pandemia era un acto de Dios, una retribución divina por los pecados de la humanidad y su barbarie, noción que se remonta a la Edad Media. En Zamora, España, un obispo ordenó a las personas llenar las iglesias para “aplacar la ira legítima de Dios”, posteriormente, la ciudad registró uno de los mayores índices de muertes por la gripe.

Centro cívico Municipal de Oakland durante la pandemia de 1918. Imagen: Oakland Public Library para California Sun

Al extenderse en oleadas que alcanzaron todos los continentes la enfermedad adoptó la condición de pandemia debilitándose a mediados de 1919 y desapareciendo en 1920 de la misma manera que empezó. No es de extrañar tampoco que a principios del XX todavía predominaran las creencias en la cultura popular a la sazón de una espantosa coyuntura bélica sin precedentes que para algunas religiones significó el inicio del Armagedón. En la China rural la población creía que la enfermedad era enviada por demonios y dragones; desfilaron figuras de reyes dragones por las calles con la esperanza de apaciguar a los espíritus furiosos.

Demostración de atención médica en la estación de la Cruz Roja en Washington DC en 1918. Imagen: Library of Congress
Durante la Revolución industrial las ciudades habían crecido en extensión y demografía con lo cual la pandemia de 1918 las afectó dramáticamente pese a los avances con la teoría de los gérmenes junto con las mejoras sanitarias contra las denominadas enfermedades de “multitudes”. Doce años antes, en 1906, el dramaturgo Bernard Shaw estrenó El dilema del doctor, una sátira sobre la arrogancia de la profesión médica en el que un doctor, Sir Colenso Ridgeon, personaje basado en Sir Almroth Wright (quien desarrolló la vacuna contra la tifoidea), juega a ser Dios con los destinos de sus pacientes. Shaw intentaba advertir a los médicos contra la postura arrogante que adoptaron, pero se necesitó del brote de otra “enfermedad de multitudes”, la gripe española, para mostrarles lo poco que sabían. Lo que sabían los artistas como Munch Egon Schiele bastó para inmortalizarse en sus impactantes obras que retrataron el drama de la enfermedad.

Egon Schiele, pintor y grabador austriaco, murió en octubre de 1918 víctima de la gripe española que asoló Viena. Su esposa murió días antes por el mismo mal. Su cuadro "La muchacha y la muerte" representa la tragedia en medio de la desolación circundante. Imagen: BBC de dominio público.

Como en la pandemia actual, la gripe española se consideraba una enfermedad ‘democrática’ que atacaba a todos por igual o que nadie era inmune a ella; pero la enfermedad afectaba de manera desigual en ciertos intervalos de edad en una media de 20 a 40 años, prefería hombres a mujeres, aunque las embarazadas sí tenían un riesgo particularmente alto. La desigualdad también se reflejó en las ciudades que sufrían más que en las áreas rurales, algunas peor que otras, al mismo tiempo se notaba una diferencia por riqueza y casta, incluso en la medida en que refleja estos factores, el color de la piel. Los inmigrantes recién llegados morían más que los grupos antiguamente asentados y establecidos.

Cartel de consejos para prevenir la Gripe española en Alberta, Canadá. Imagen: El País.

Dado que los adultos jóvenes morían en masa la sociedad implosionaba, los niños quedaban huérfanos, los ancianos se quedaban solos. No se explicaba esta aparente “lotería” y la gente quedó profundamente perturbada. Un médico francés de Lyons describió “una ansiedad difusa, sensación de un horror indefinible que se había apoderado de los habitantes de esa ciudad”. La magra dieta, las condiciones de hacinamiento y el acceso limitado a la atención médica debilitaron la constitución física, haciendo que los pobres, inmigrantes y minorías étnicas sean más susceptibles a la infección. Como dijo el historiador francés Patrick Zylberman: “El virus bien podría haberse comportado 'democráticamente', pero la sociedad a la que atacó no era igualitaria”, después de más de 100 años esta condición no ha cambiado con la actual pandemia del Covid-19.

Clase de Física en una tribuna de la Universidad de Montana, EEUU. Algunas universidades optaron en dar las clases fuera de espacios cerrados para evitar el contagio. Imagen: National Archives

El “distanciamiento social” se ha practicado desde tiempos inmemoriales ante la amenaza del contagio, entendiendo instintivamente que alejarse de las personas infectadas aumenta las posibilidades de mantenerse saludable. En 1918, el distanciamiento social tomó la forma de zonas de cuarentena, salas de aislamiento y prohibiciones de reuniones masivas; donde se aplicaron adecuadamente, estas medidas disminuyeron la propagación. Por ejemplo, Australia evitó por completo la oleada otoñal de la enfermedad al implementar una cuarentena efectiva en sus puertos, los empleados de correos, los Boy Scouts y maestros se alistaron para proporcionar materiales educativos al público y para enseñar precauciones de salud. Los carteros repartieron material didáctico en sus rutas y distribuyeron carteles a tiendas, oficinas y fábricas. En Argentina, las medidas del Estado se endurecieron en noviembre del mismo año: se suspendieron las congregaciones y la asistencia a los cementerios en el día de los muertos, incluso se estableció que los funerales duren máximo 15 minutos, y se profundizó la cuarentena para aquellos barcos que llegaban a Buenos Aires. La prensa, incluso la letra de los tangos, se ocupaban satíricamente de las precauciones contra la “grippe”.

A. Profilaxis contra la “Grippe”. Precauciones infalibles para evitar el contagio (Portada de Caras y Caretas, Buenos Aires, 2 de noviembre de 1918). B. “La Grippe”, Tango contagioso para piano. Imágenes: Revista Medicina, 2018; 78: 113-118

Familia de inmigrantes chinos en el cementerio Mountain View, California, en 1919. Imagen: Biblioteca pública de San Bernardino.

Del mismo modo, también se cancelaron eventos públicos como conciertos, fiestas o reuniones sociales y circos, así como el cierre de demás lugares de concentración de personas como restaurantes, casas de juego, tranvías, colegios y universidades en la mayoría de países occidentales aunque de manera desarticulada entre los gobiernos locales y del central. Por aquel entonces, las municipalidades aún tenían casi todas las atribuciones, muchas de las cuales hoy son responsabilidad del Estado como la educación, la sanidad, los servicios públicos (electricidad, agua y alcantarillado) incluso la policía en algunos casos, especialmente en los países hispanoamericanos, producto de la herencia colonial en la administración de la Real Audiencia que ante el virrey veían todos los asuntos de gobierno incluida la administración de justicia, competencias que paulatinamente el Estado fue asumiendo ante la necesidad de un aparato unificado que dé lugar a los sistemas nacionales (de salud, educación, justicia, etc.) dejando a los alcaldes las funciones de mantenimiento y conservación de las ciudades. En 1918, la mayoría de países latinoamericanos no cumplían ni su primer centenario mientras que España ya tenía hasta un primigenio sistema de bibliotecas públicas que facilitó su gestión a nivel nacional.

El Cine/Teatro Moore's Garden de Washington, DC en 1918. Este centro cultural fue uno de los muchos lugares de entretenimiento público que se cerró en un intento por frenar la mortal gripe en EEUU. Imagen: influenzaarchive.org

La mala costumbre de escupir al suelo es añeja, pero constituye un problema no sólo cultural en muchas personas sino de salud pública pues es una de las más eficientes formas para difundir virus y bacterias y convertían a los hombres en los "eslabones débiles de la disciplina higiénica", durante la pandemia de 1918 fue prohibido en muchas ciudades. Por eso, se recomendaba desinfectar la boca y garganta con soluciones de agua oxigenada, o mezclas de aceite y mentol usadas en inhalaciones, aunque el antiséptico más popular era el alcanfor, que llegó a escasear seriamente o se encarecieron escandalosamente tal y como ocurre ahora con las medicinas para combatir el Covid-19.

Los hombres también aparecieron en anuncios que pedían dejar de escupir, pues esa costumbre facilitaba el contagio. Imagen: Free Library of Philadelphia.

Las bibliotecas, los cines, museos, café-clubes, y teatros quedaron cerrados durante los meses que duró en la mayoría de las grandes capitales afectadas. Por supuesto, el cierre de estos “equipamientos culturales” tuvieron un tremendo impacto en el consumo de las artes, las letras, la música, una merma en la audiencia de conciertos u otros eventos similares hoy difícil de estimar con precisión pues al momento de escribir este artículo no tuve acceso a las publicaciones periódicas peruanas de la época paradójicamente por la misma razón. Los usuarios debieron entonces conformarse con lo que habían acumulado en sus apuntes previos, visitar amistades coleccionistas y libreros en privado o simplemente aguardar a que se reabran terminada la pandemia, sin mayores medidas postcuarentena. En 1918 era comprensible la limitación de consulta a las fuentes primarias y secundarias, los libros y publicaciones periódicas aunque, en algunas ciudades americanas se abrieron módulos de consulta para brindar información acerca de la Influenza. En circunstancias de excepción como esta, se restringe el acceso a la información impresa con el cierre de las bibliotecas, museos y archivos, lo cual no parece hacerse superado del todo en la actualidad.

Módulo de consultas sobre la gripe en San Francisco. Imagen: influenzaarchive.org

Este problema ya se arrastra desde mucho tiempo, aunque el acceso libre a la cultura no era una política de gobierno peruano en 1918, mucho menos una cuestión de Estado al amparo de la idea conservadora de que esta no se consume en masa, y por un marcado desprecio hacia el elemento humano y cultural autóctono de las clases populares por parte de las oligarquías, incluso por parte de las más ilustradas en referentes como Ricardo Palma o Santos Chocano, influenciados por las ideas de Gustave Le Bon quien aseveraba que la raza india era inepta para la civilización y estaba condenada a cruzarse o a desaparecer, lo mismo que la negra y la china; o críticos como Riva Agüero y Osma quien los acusaba como “grupos selectos de personalidades prestigiosas cultural y socialmente pero ajenas a las masas”. Esta perspectiva elitista caracterizó al periodo peruano de la, denominada por el historiador Jorge Basadre, República aristocrática. Curiosamente, la pandemia acabó cronológicamente junto con ese periodo.

Pacientes de la pandemia en el hospital de Fort Riley, Kansas-Estados Unidos. Imagen: NatGeo.

Otras corrientes de pensamiento de la época aludían a la teoría de la evolución y distorsionaron la tesis darwiniana sobre la evolución por selección natural expuesta en su Origen de las especies (1859) atribuyendo una suerte de competencia entre razas humanas por la supervivencia creando la ‘ciencia’ de la eugenesia cuyo postulado era dominante en las sociedades industrializadas. Algunos eugenistas señalaban a los grupos más pobres de la sociedad que sufrían desproporcionadamente la gripe atribuyéndoles una inferioridad constitucional. También habían incorporado la Teoría de los gérmenes en su visión del mundo. A consecuencia de esa línea de pensamiento, los británicos consideraron que su colonia de la India era inherentemente antihigiénica, por lo que habían invertido muy poco en la atención sanitaria local. El resultado se tradujo en 18 millones de indios muertos por la gripe, la mayor pérdida en números absolutos de cualquier país del mundo. A la larga, la reacción a la pésima gestión británica coadyuvó al movimiento de independencia décadas después.

Colonos ingleses atendiendo enfermos en campamento sanitario de Bombay, India. A la derecha, un joven Mahatma Ghandi calificó a la Pandemia de 1918 como castigo divino a las naciones occidentales por el colonialismo. Imágenes: Dominio público, composición propia.

La gripe española también reavivó levantamientos en otros lugares. A fines del 18 se produjo una ola de huelgas masivas de trabajadores en todo el mundo, incluso en el Perú durante el gobierno del presidente Pardo y Barreda quien tuvo que hacer frente a los grandes paros obreros, hasta que a inicios de 1919 se decretó el establecimiento de la jornada de las ocho horas, un descontento ardiendo incluso desde antes de la Revolución rusa de 1917, y que la gripe exacerbó destacando la desigualdad social y el desorden que aprovechó Augusto B. Leguía para hacerse del poder. Hasta José Carlos Mariátegui denunció el mal estado de la enseñanza universitaria en Medicina lo que obligó a reformar la cátedra en San Marcos. En España, en pleno invierno se dio la Gran Huelga de La Canadiense en Barcelona que paralizó la economía del país, con lo cual el gobierno aceptó, además de la jornada de las ocho horas, el reconocimiento de los sindicatos y la reposición de los desempleados. En Suiza se evitó por poco una guerra civil luego que el pueblo culpara al gobierno por las muertes por gripe en el ejército.

Izquierda: diario ilustrado La Crónica (enero 15, 1919) sobre las huelgas en Lima durante segundo mandato de Presidente José Pardo y Barreda (Derecha). Imágenes: Biblioteca Municipal de Lima, composición propia.

Cuando la enfermedad se fue retirando, la vida cultural volvió a la normalidad, la intransigencia del mercado favoreció el surgimiento de nuevos estilos de representación de la enfermedad en las industrias periodística, la publicidad y el entretenimiento con el objetivo de “generar valor”. Los anunciantes trataron de movilizar el miedo a la enfermedad para relacionarlo con productos específicos como la pasta de dientes y los desinfectantes; pero es innegable que la mortandad afectó notoriamente a los más pobres, y las secuelas sociales no fueron tan sistematizadas para prevenir impactos futuros. Por el contrario, hasta en algunos diarios americanos se caricaturizaba el temor al resfrío en las tiras cómicas. Solo es un ejemplo de cómo el tratamiento del golpe pandémico y la falta de respuestas reflejaron lagunas en su comprensión y entendimiento cultural. La peste de 1918 golpeó un mundo que no estaba preparado para ello, dándole un duro golpe a la arrogancia científica y desestabilizando el orden social y político en las próximas décadas.

Pareja londinense con extrañas mascarillas de diseño compacto post pandemia. Imagen: Mary Evans/NatGeo.

Hoy, la pandemia del nuevo coronavirus de 2020, que revela las falencias en el Sistema de salud en el Perú, revela también las falencias en la gestión del patrimonio documental de las bibliotecas y archivos públicos a cuyos contenidos aún no se pueden acceder en un buen porcentaje a pesar de las tecnologías existentes. La digitalización de material documental no es una solución nueva, ya tiene más de dos décadas aplicándose en todo el mundo y es increíble que no se hayan puesto en valor colecciones enteras de documentos (manuscritos, diarios, pergaminos, revistas y libros antiguos, fotografías, mapas, carteles, etc.) que permanecen aún sin utilizar por su perpetuo confinamiento fuera del alcance público. Las políticas para la salvaguarda de documentos históricos, o material antiguo parecen estar desfasadas o simplemente no se implementan por cuestiones estructurales.

Bibliotecarias enmascaradas recopilan y clasifican información estadística. Imagen: Virginia Tech/US National Archives.

Es pertinente reconocer la complejidad y revisar esta historia para reconocer y entender los discursos colectivos sobre la importancia de la salud pública que reflejan muchas fallas que hoy se repiten en la actual pandemia del Covid-19, sobretodo las consecuencias en el desatendido sector cultural. En otra línea de investigación se pueden estudiar seriamente las diversas formas de representación en la cultura popular o mainstream, más allá de las películas alusivas y emotivos spots de los canales de cable o del streaming; y es que esta es una nueva oportunidad para que se aborde con toda la profundidad del caso la perspectiva cultural y los cambios que deban hacerse para la denominada Nueva normalidad.


Fuentes:

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Blanco, Patricia (2020) La injustamente apodada “gripe española de 1918”. En El País URL: https://elpais.com/elpais/2020/03/29/hechos/1585471712_168131.html

Davis, R (2013) The Spanish Flu: Narrative and Cultural Identity in Spain, 1918. New York: McMillan. https://books.google.com.pe/books?id=taEhAQAAQBAJ&lpg=PP1&dq=spanish%20flu%20and%20cultural%20impact%20on%20america&lr&hl=es&pg=PR4#v=onepage&q&f=false

Luthy, Isabel Alicia; Ritacco, Gloria Viviana; Kantor, Isabel K. (2018) A cien años de la gripe “española; Buenos Aires: Medicina 78; 2; pp. 113-118 URL: http://hdl.handle.net/11336/89222

Murillo-Godínez G. (2011) Recordando a la gripe española. Med Int Mex 20911;27(5):463-467.

Salaverry, O. ed. (2002) Historia de la medicina peruana en el siglo XX, Volumen 1. Lima: UNMSM URL: https://fondoeditorial.unmsm.edu.pe/index.php/fondoeditorial/catalog/book/106


Spinney, Laura (1917) “The Spanish Flu of 1918 and How it Changed the World”. BBC History Magazine https://www.amazon.com/Pale-Rider-Spanish-Changed-World/dp/1610397673/

Tomes, Nancy (2002) “Epidemic Entertainments: Disease and Popular Culture in Early-Twentieth-Century America”. American Literary History, Vol. 14, No. 4, Contagion and Culture. Oxford University Press Stable, pp. 625-652 URL: https://www.jstor.org/stable/3568019






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